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Temática: General
Descripción: -Por cierto, tú eres merecedor de cualquier extremo, mal que te viniese, aunque hubiese algo que pudiese decir último de los extremos, pues que una mala mujer y un vicio carnal tan sucio antepusiste a tu casa, mujer e hijos. Sócrates, entonces, poniendo el dedo en la boca y como atónito mirando en derredor, a ver si era lugar seguro para hablar, dijo: -Calla, calla; no digas mal contra esta mujer, que es maga; por ventura, no recibas algún daño por tu lengua. A lo cual yo respondí: -¿Cómo dices tú que esta tabernera es tan poderosa y reina? ¿Qué mujer es? Él dijo: -Es muy astuta hechicera, que puede bajar los cielos, hacer temblar la tierra, cuajar las aguas, deshacer los montes, invocar diablos, conjurar muertos, resistir a los dioses, obscurecer las estrellas, alumbrar los infiernos. Cuando yo le oí decir estas cosas, dije: -Ruégote, por Dios, que no hablemos más en materia tan alta; bajémonos en cosas comunes. Sócrates dijo: -¿Quieres oír alguna cosa o muchas de las suyas? Ella sabe tanto, que hacer que dos enamorados se quieran bien y se amen muy fuertemente, no solamente de aquí, de los naturales, pero aun de los de las Indias, etíopes y antípodas, es, en comparación de su saber, cosa muy liviana y de poca importancia. Oye ahora lo que en presencia de muchos osó hacer a un enamorado suyo porque tuvo que hacer con otra mujer: con una sola palabra suya lo convirtió en un animal que se llama castor, el cual tiene esta propiedad: que temiendo de ser tomado por los cazadores, cortase su natura por que lo dejen; y porque otro tanto le aconteciese a aquel su amigo, le tornó en aquella bestia. Así mismo, a otro su vecino tabernero, y por ello enemigo, convirtió en rana; y ahora el viejo mezquino andaba nadando en la tinaja del vino, y, lanzándose debajo las heces, canta cuando vienen a su casa los que continuaban a comprarlo. También a otro procurador de sus casas, porque abogó contra ella, lo transformó en un carnero, y así, hecho